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Foto del escritorJesica Sabrina Canto

RESEÑAS DE LÁPIZ Y PAPEL: “Stéfano”. Por JESICA SABRINA CANTO



El grotesco criollo: “Stéfano”, de Discépolo

La obra de teatro “Stéfano” fue escrita en 1928 por Armando Discépolo y se enmarca dentro del género del grotesco criollo. Cuenta la historia de un inmigrante italiano que anhela alcanzar popularidad como un gran compositor de óperas, pero, detrás de sus anhelos y deseos, el músico oculta sus frustraciones y postergaciones.


El grotesco, como género, trabaja con la exacerbación de ciertos rasgos y la representación no armónica. Se cree lo grotesco y lo horrible, así como simultáneamente lo cómico y lo bufo, siendo una combinación de estilo tragicómico. Puede implicar también la animalización de los personajes y la introducción de lo irrisorio y la deformación. Se da una doble internalización, hacia el interior de los espacios y hacia el interior de los dramas personales.


En “Stéfano” vemos que el grotesco se plasma sobre el tema del fracaso del proyecto imaginario del personaje, atravesando esta cuestión toda la obra, acompañado por la nostalgia presente en la recurrencia del pasado. Esto está en relación a fuerzas que tienen que ver con lo humano (ficción realista con artificio), representación de fuerzas de lo social y económico, y algo de índole del deseo.

Se representa el conflicto inter-generacional: él/padre – él/hijo. Los diálogos están trabajados mediante la copia de la fonetización. Las escenas se marcan mediante la entrada y salida de personajes, así como las didascálidas van armando las sensaciones intensas, van puntuando las emociones violentas de los personajes.


La obra se construye con el reproche permanente, como recurso destacado de los personajes secundarios al protagonista y del protagonista a la vida. A su vez se muestra una idealización del pasado, de los artistas y la música. Hay una fuerte presencia de la incomprensión.


La pasividad e inacción parece marcar los hechos. Esto puede verse en el monólogo en que Stéfano les habla a los hijos por la ventana advirtiendo de la peligrosidad, pero no hace nada al respecto. La tensión narrativa es leve.


Algunos momentos claves de la obra son el despido del personaje como punto de inflexión; la escena última con el discípulo en la cual hay una inversión, un cambio del sentido; el epílogo en el que se da la resolución ya con un Stéfano quebrado, el personaje atraviesa su momento más doloroso y se ríe; y el monólogo del personaje hacia el final en el que le pasa la ilusión a su hijo.


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