Lo más usual al pensar en violencia es la idea de la agresión física, sin embargo, esa no es su única forma. La violencia puede presentarse de diversos modos, uno de ellos es la codificación del otro y su sometimiento ideológico como mecanismos opresivos. Observaré a continuación este tema en la autobiografía “Corazón que ríe, corazón que llora”, de Maryse Conde, y en los cuentos “Un cuenco como un pozo” y “Un claro en el bosque”, de Zoe Wicomb.
Tomo como referencia para pensar esta cuestión los textos críticos sobre el poscolonialismo de Chandra T. Mohanty y Gayatri C. Spivak. Estas autoras abordan la codificación de los sujetos (colonizados) por otros (colonizadores) y plantean la posibilidad de resistencia y disidencia. Esta codificación se da por medio de un aparato político, filosófico y epistemológico que funciona de modo opresivo generando sujetos subalternos. De esta manera, se genera una continuidad del colonialismo en el poscolonialismo.
En “Corazón que ríe, corazón que llora”, de Maryse Conde, se puede apreciar el clasismo y rasgos de la presencia imperialista. Se muestra como los padres de la protagonista son captados ideológicamente por la política de asimilación a Francia. “Para ellos, Francia no era en absoluto la sede del poder colonial. Era la auténtica madre patria y París, la ciudad de la luz, bastaba para iluminar su existencia.” (p. 11) Esto implica la negación de su identidad caribeña y su ascendencia africana. “Es innegable que no sentían el más mínimo orgullo por su herencia africana. De hecho, la ignoraban.” (p. 14)
La autora utiliza el término “alienados” para describirlos definiéndolos como quienes tratan de ser lo que no se son, porque no les gusta lo que son. “Una persona alienada es una persona que trata de ser lo que no es, porque no le gusta ser lo que es. A las dos de la madrugada, antes de caer dormida, me juré a mí misma, de forma algo confusa, que jamás me convertiría en una persona alienada.” (p. 13)
Con esta lógica aparece en el texto una enorme cantidad de duplicaciones y desdoblamientos que la protagonista intenta unir. Esta asimilación francesa de los padres entra en conflicto con cuestiones que la protagonista ve en su realidad. “Más tarde comprendí que, en Francia, nuestros padres no tenían miedo de que nos pusiéramos a hablar criollo o empezara a gustarnos el gwoka, lo mismo que los negritos de las calles de La Pointe.” (p. 12) La protagonista tiene que desarrollar una construcción que aúne ambas cuestiones para poder llegar a la comprensión de la realidad y de su identidad. Esto implica transgredir las prohibiciones, los mandatos sociales y los intentos de domesticar a los niños que operan como cuestiones constitutivas del colonialismo.
La protagonista realiza esta construcción mencionada en el párrafo anterior, mediante descubrimientos autodidactas (por ejemplo, mediante la lectura), ya que las figuras institucionalizadas del conocimiento reproducen e imponen esas leyes sociales e ideologías que produjeron la alienación de los padres. “Mis padres me expusieron su punto de vista. El mundo se dividía en dos clases: la clase de los niños bien vestidos, bien calzados, que acuden al colegio para aprender y ser algo en la vida. Y la otra clase, la de los malnacidos y los envidiosos que sólo piensan en hacer el mal. La primera clase nunca debe quedarse atrás en el camino y más le vale andarse con cuidado.” (p. 21)
En los cuentos de Zoe Wicomb aparece la pregunta sobre qué constituye el pertenecer y la difuminarían de una retórica identitaria de lo nacional.
En “Un cuenco como un pozo”, se nota la asimilación de una consciencia de sí misma, por parte de la persona de color, que le pertenece al colonizador. Se muestra en primer plano a la madre de la protagonista sometida al prestigio cultural del empresario inglés. Siendo esto un reflejo de la internalización del carácter normativo de las relaciones coloniales. Lo cual también se ve en la formación de la protagonista, dada por el intento de la madre de que adquiera el idioma inglés y se separe de las lenguas locales.
Dice la madre cuando la manda a llevar comida a un vecino enfermo: “Y ya te advertí que no hablaras afrikáans con los otros niños. Tienen que entender inglés y no les hará daño intentarlo. Tu padre y yo lo conseguimos, y todos nosotros tenemos que hacerles frente a las cosas que no entendemos. De todos modos, los chicos Dirkse tienen piojos: ni se te ocurra jugar con ellos.” (p. 79) Se muestran dinámicas internas de la inercia o el hábito ancladas a la figura de la madre como modelo de snob cultural, que podemos interpretar como una víctima de un discurso colonial.
Aparecen figuras subalternas estigmatizadas como de conductas inapropiadas, como ser, el chofer del empresario. Dice la madre al ver al chofer de Mr. Weedon escarbándose la nariz: “No me sorprendería que fuera de color, de Ciudad del Cabo supongo, un falso blanco… nunca se sabe con los nativos del Cabo. O tal vez una persona de color debidamente registrada. Siendo como es, un hombre civilizado, a Mr. Weedon no le molestaría que un hombre de color manejara su auto.” (p. 78)
En “Un claro en el bosque”, aparece exclusión de las personas de color delimitando espacios a los que pueden acceder, separados de la población blanca, con el agravante de ser tomados como un lujo que les fue dado y por el que deben agradecer (en lugar de pensarlo en términos de derechos equitativos). Dice el texto, desde la perspectiva de Tamieta, la cocinera, sobre la universidad: “Aquí, a lo largo de estos senderos que unen los cuatro edificios que el gobierno donó especialmente para nuestra gente.” (p. 89)
En el personaje de Tamieta se puede notar la asimilación de la segregación racial, como si se viera a sí misma como inferior. Como ser, en el momento del homenaje, al dudar de si ella tiene permitido asistir, a causa de ser inicialmente la única persona de color, y considerarse dentro de ese “nosotros” destinatario del discurso que se pronuncia. Esta duda de pertenencia del personaje se puede deducir de las preguntas retoricas que formula al respecto, como un intento de convencerse a si misma que merece ese trato igualitario: “Le está hablando a ella… Damas y caballeros… eso la incluye también a ella, Tamieta… ¿y acaso tiene algo de malo? ¿Por qué no habría de llamarla dama? ¿Justamente a ella, que siempre ha respetado en todos y cada uno de sus actos la palabra de Dios?” (p. 110)
Pero también pueden verse en el texto tensiones internas entre la población negra, segregación interna en términos generacionales y de clase, que se ve en la figura de la protagonista cocinera, en tensión con el ayudante de cocina y desplazada a su vez por los jóvenes estudiantes universitarios que deciden boicotear el homenaje. Dice el texto, desde la perspectiva de Tamieta, la cocinera, sobre Charlie, el ayudante de cocina: “Tiene una voz acorde a su fanfarronería y los oídos de Tamieta detectan un dejo de burla, pero no deja de sorprenderla que ese muchacho insista en considerarla una plaasjapie (rústica). Por eso desliza montones de palabras inglesas en la conversación, como si ella no pudiera entender. Dejemos que siga creyéndose especial por provenir del Distrito 6 (región sólo para blancos).” (p. 89)
Es interesante observar como en este último fragmento citado, que se da cronológicamente antes en el cuento, no opera la asimilación de segregación racial en el personaje de Tamieta, en el modo como se mencionó antes respecto a los blancos. En cambio, quien se presenta como personaje en el que operó esa cuestión es en el ayudante de cocina, que se cree superior a Tamieta. Cabe aclarar que ésta es la creencia de ella, lo cual nos vuelve a posicionar en como ella es consciente e influencia en ella esta segregación, de la cual podemos pensar que es una víctima del colonialismo en sentido ideológico, ya que el personaje parece no poder despegarse del cuestionamiento interno sobre su posición de inferioridad.
Dice el texto, desde la perspectiva de Tamieta, la cocinera, sobre Charlie, el ayudante de cocina: “Ella misma, Tamieta, lo mirará y dirá algo sin dejar de estirar la masa, maleable bajo el palo de amasar; lo sorprenderá con un dicho en inglés que le hará fruncir la cara a ese sabelotodo. Trabajando para los ingleses se aprenden un par de cosas. Ella aprendió a valorar su silencio como arma, por ejemplo, y memorizó las palabras gélidas de Madam al hombre del portafolios: ´Los tontos entran de cabeza allí donde los ángeles temen pisar´. Oh, ver la mirada perpleja de Charlie antes de que finja comprender qué significa. Se le endurecen los dedos al ver que el muchacho se acerca con su tabla de cebollas picadas; pero ¿y si él se echara a reír cuando ella se lo dijera?” (p. 97-98) El personaje de Tamieta intenta rechazar la idea de su inferioridad, pero únicamente en el plano del pensamiento íntimo, sin lograr proclamarlo exteriormente.
Vemos que ella considera demostrar su no inferioridad al ayudante de cocina mediante hacerle ver que conoce el idioma inglés, pero ello queda circunscripto únicamente al pensamiento, no logra implementarlo.
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