Cuando los lazos sociales se rompen surge la tensión, el choque y la paranoia. En un contexto de postguerra esto parece ser esperable. El humor suele ser un recurso para atravesar estas situaciones, desde el cual mirarlas e intentar una aproximación a ellas para que quizás se produzca una comprensión de las emociones humanas. Esto es lo que se pone de manifiesto en la obra de teatro “La habitación”, de Harold Pinter, escrita y realizada por primera vez en 1957.
Esta obra presenta una estética de postguerra, con un humor que bordea el drama, la angustia, el sin sentido y la conflictividad social. Aparece el “no” como respuesta, que genera una tensión/choque entre los personajes que produce una tensión permanente.
Se muestra también la no respuesta como un diálogo roto y como una forma de violencia.
El mundo que presenta la obra es de gente que esconde cosas, lazos sociales rotos y la paranoia, la sospecha, en la época dura de la postguerra: Todo esto está sin ser mencionado, lo tiene que reponer el espectador. Se va sembrando información a partir de las digresiones. El final es abierto, perdurando el misterio que se generó con anterioridad.
El misterio en esta historia gira en torno a quien está en el sótano, a lo que se hace alusión, presente desde la primera escena y que luego se menciona repetidas veces. El sótano bien oscuro aparece como metáfora de algo que no se muestra, como la parte inferior del iceberg. Se trata de un lugar inferior y oscuro a la vez literal y metafórico, que entra en relación con los diálogos rotos que dejan una incertidumbre que tensiona todo el tiempo.
Los personajes actúan con los diálogos, mediante el reproche. El personaje femenino está todo el tiempo haciendo acciones nimias como gesto de tapar lo sórdido. Hay ocultamiento de cosas entre éstos, pero ello no es equivalente a la mentira. Se asume que hay algo del pasado que vuelve, que retoma como si se tratara de una deuda pendiente o algo inconcluso.