En el poema La voz de las cosas, José Asunción Silva hace visible la mediación del lenguaje para el acercamiento a las cosas, lo efímero del tiempo en la transformación de estos objetos, y la destreza del poeta.
El trabajo con el lenguaje plantea que lo que no se puede decir se dice de otra forma, usa el condicional “si” (verso 1 y 9) para manifestar la imposibilidad de plasmar las cosas en el poema, pero, sin embargo, las enumera a continuación, utilizando verbos y adjetivos para describirlas y mostrarlas. Se pone de manifiesto al lenguaje como elemento mediador y como materia prima del poema.
Lo grotesco y trágico se plasma en el cómo afecta el tiempo a los objetos (versos 10 a 12), como cosas inasible que van mutando y no son factibles de inmortalizar. Sin embargo, mediante la retorica y la ironía, como artilugios del lenguaje, es posible asir eso inasible. Hay un deseo presente en el poema, no solo de atrapar los objetos, sino el tiempo mismo, lo efímero de la vida humana mediante como van mutando las cosas que nos rodean, cumpliendo sus ciclos: el lirio que se deshoja (verso 3), el rayo de luna (verso 4), el florecimiento de las plantas en mayo (verso 5 y 6). Trabaja no con las cosas en sí como conceptos fijos con descripciones estáticas, sino con las formas que adquieren en diferentes momentos de su existencia. Y también de las diferencias en las sensaciones y emociones que producen en la percepción humana desde esta mutabilidad.
En el poema aparece el “yo” (versos 1 y 7), que es el poeta que escribe, queriendo plasmar esas cosas que no son posibles de encerrar en las estrofas, pero que a su vez lo logra haciendo manifiesta esta capacidad del artista de conseguir lo imposible. Se muestra una ansiedad por poseer, llegar a reflejar el espíritu de las cosas. Al mismo tiempo que muestra su límite, ya que aunque logra plasmar los objetos y su mutación en el poema, es imposible llegar a reflejarlo completamente. En este “yo” que se deduce escribiendo los versos, se hace visible la producción misma del poema y la presencia de ese otro, que es el escritor. No se busca borrar las huellas de la escritura para objetivar el poema, sino que por el contrario, el poema aparece ligado a quien lo escribe y muestra reticencia a ser abstraído y leído con objetividad de la mano que lo escribe.
En la segunda estrofa, José Asunción Silva trabaja con el lenguaje para generar una sensación de lo efímero, centrándose en el uso de palabras abstractas y sin mencionar objetos materiales. Solo comprendiéndose puesta en relación con la primera estrofa, planteando una reflexión directa sobre lo expresado con anterioridad. Si bien, en esta segunda parte no aparece un “yo” escrito, se nota un yo presente que le habla a las cosas por medio del poema, que no oculta sus inquietudes sino que los versos parecen plasmar el discurrir de los pensamiento del poeta sobre eso de lo que está hablando.
El poema parece estar cargado de sentidos no visibles, como si el poeta conversara con las cosas y planteara analogías que quedan ocultas a la mirada inexperta. Plantea nexos entre opuestos, mostrando primero al lirio que se deshoja (verso 3) y luego decir que se abre, florece, en mayo (verso 6). La oposición (versos 12 a 14) refleja también la duda, la incertidumbre y el temor de no poder asir, de algo que parece escaparse, pero que no se puede nombrar más que de esa manera.
Hay una intimidad del poeta que se deja entrever en los versos, en la que le otorga un lugar relevante a cosas sencillas como un lirio, dotándolas de un sentido de existencia tan fuerte como el de una persona o incluso más. No se conforma con la descripción mediante los sentidos sensoriales, sino que apela a una profundidad mayor, a llegar al alma de los objetos. Plantea la duda e incertidumbre frente a eso de lo que está hablando (verso 12).
Hay un deseo que se escapa, que incrementa su intensidad, marcado por el paso del uso de la palabra “encerrar” (estrofa 1) al uso de la palabra “aprisionar” (estrofa 2). A la vez que pasa del deseo puesto en el poeta de conseguir lograr eso que plantea (estrofa 1) al deseo de que el verso, es decir la obra propia, logre eso que se plantea. El poeta pasa a darle mayor importancia a su obra que a sí mismo, y la obra se desliga mínimamente de su autor.
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