“Madame Bovary” es una novela de Gustave Flaubert, que se publicó por entregas, en una revista literaria francesa durante 1856 y posteriormente, como libro en 1857. El tedio y la insensatez son los rasgos característicos de los personajes, en compañía de la puesta en crisis de los lugares comunes de su época. Se plasma en la obra la voluntad de huir de los tonos altisonantes del romanticismo exacerbado.
La elección de temas, personajes y escenarios populares hacen de esta novela una obra realista. Se trata de un realismo imparcial, impersonal y objetivo. El estilo está marcado por el trabajo obsesivo, escultórico, con la palabra en busca de la mejor expresión. Se plasma el tedio y la insatisfacción que está presente en la inédita proliferación material que embarga al espíritu burgués del siglo XIX. Tiene como eje central a la figura de la mujer adúltera que pone en jaque a la moral bien pensante y a la ética moral y religiosa, que pone en tela de juicio la propiedad de los cuerpos, las palabras y las cosas.
La novela está estructurada en tres partes, cada una con diferente locación y diferentes amantes, siendo la imagen de París la clave del destino aspirado, que condensa el ideal pasional de Emma. Las cartas son un elemento que se insertan en la obra y cumplen funciones de diferenciación y motor en las diferentes partes. El título representa el pasaje explícito de la aristocracia a las clases medias y baja, ya que esta suprimida la preposición “de” que denota alcurnia (Madame de Bovary). Madame Bovary es un lugar estructural en la obra, ya que aparecen tres personajes que ocupan esa figura sucesivamente: la madre de Charles, la primera esposa, y luego Emma, convirtiendo a esta última en una más dentro de la serie.
Gran parte de la historia se desarrolla apoyándose en la contraposición de los dos personajes principales, Charles Bovary y su última esposa, Emma. Esto se representa en la educación fallida de Charles en el colegio y la educación de señorita de ciudad de Emma; la incapacidad de ver y prever de Charles opuesta a la constante previsión imaginaria de Emma; la lectura profesional de Charles opuesta a la lectura como ensoñación de Emma.
Charles aparece falto de movimiento e ignorante, que lleva a cabo una monotonía desidia, equiparándolo con un caballo sin bríos. Contrariamente Emma aparece como un caballo desbocado, un personaje quijotesco, en busca de estímulos que le permitan huir del tedio de la vida burguesa. Se hace explícita la apatía de Emma hacia Charles, ella enumera todo lo que él no es, lo ve mediocre, decepcionándose rápido de su matrimonio.
El personaje de Emma vive la realidad a través de la ficción, lo que se ha denominado posteriormente como Bovarismo. El término refiere a la confusión entre ambos planos (real y ficcional), a la insatisfacción permanente con lo real, que lleva al personaje a vivir con los parámetros de su ilusión libresca, más allá del principio de realidad o troncándolo por el principio de la ficción literaria. No hay una visión total del personaje de Emma, siempre es fragmentaria, aparece la incapacidad de reproducir la realidad como límite del movimiento realista.
Harry Levin, en su texto “El Quijote femenino” (1963), aborda la similitud presente entre “Madame Bovary” y la obra de Miguel de Cervantes. Refiere a que Flaubert atribuía sus orígenes artísticos a “Don Quijote de la Mancha”, a la continúa fusión de ilusión y realidad. El disparador de la novela de Flaubert está, según sus palabras, en la lectura de las memorias de una mujer que mata a su vulgar y provinciano marido, siendo que algunas personas opinaban que fue culpa de que la mujer leyera novelas inmorales.
Levin desarrolla la figura de “Quijote femenino” en referencia a esta novela por su contenido romántico–burlesco. El punto de vista femenino de Emma es continuamente desmentido en la obra por los personajes masculinos. La aventura caballeresca de Cervantes aparece sustituida en la novela de Flaubert por el amor pasional de la protagonista. Las divagaciones intelectuales de Don Quijote son remplazadas por las divagaciones emocionales de Emma, compensadas por el intelectualmente pretencioso boticario Homais, en lugar de Sancho Panza.
La imagen equivocada de Emma es de ella misma, en lugar del mundo y, por tanto, es en todo momento trágica. “Emma ha disfrutado, mientras duró, la ilusión poética de la libertad”. El personaje desarrolla una actitud paranoica, de auto-alucinación originada por el exceso de lecturas. “Las frases se vuelven sobre sí y los episodios se oponen unos a otros”, como ser el caso de la boda de ella en contraposición a la fiesta en el castillo a la que asiste. “Los sueños de Emma están destinados, al contacto con la realidad, a convertirse en mentiras”. Flaubert despide a su heroína, en la novela, de modo abrupto y absoluto: “ella ya no existía”.
La característica principal de la relación de Emma con los otros personajes está dada por la incomprensión. “Emma, incomprendida por su marido, sus amantes y sus vecinos, tampoco los atiende a ellos ni a sí misma, al menos abriga el sentimiento de que algo va mal”. Su capacidad de descontento es lo que la diferencia de sus vecinos (si hubiera sido un hombre podría haber viajado y vivido aventuras), su castigo representa un triunfo para la comunidad, una venganza de la burguesía.
Levin señala la ironía flaubertiana presente en esta obra, describiéndola como “una novela que es a un tiempo amonestadora y ejemplar, una advertencia contra otras novelas y un modelo para otras novelistas, la demostración clásica de lo que la literatura exige y de lo que la literatura da”. En su momento “Madame Bovary” constituyo una novedad en el campo literario, ya que se trataba de un texto que carecía de procedimientos narrativos que pontificaran sobre las acciones de los personajes.
Otra cuestión relevante de esta novela es la particularidad que posee la descripción, la cual resulta como manifestación del trabajo en el estilo. Se exhibe en las descripciones la riqueza del léxico y la elaboración sobre él, además de mostrar una particular capacidad de clasificación y disposición de un mundo. Se la puede considerar como la novela de los objetos, donde estos cobran vida, son mercancía, objetos de deseo que van a morir en el peso de las cosas (deudas).
Barthes, en su texto “El efecto de realidad” (1970), señala, respecto a esta obra, la singularidad de la descripción, la cual consiste en detalles “inútiles” inevitables, que no cumplen una función en la estructura ni tienen valor simbólico, sino que posee una finalidad estética del lenguaje. La denomina “descripción flaubertiana”, la cual está impregnada de imperativos “realistas”, como si la exactitud del referente gobernara y justificara el describirlo o denotarlo, siendo que las exigencias estéticas se impregnan de experiencias referenciales.
Barthes plantea que si una descripción no estuviera sometida a una elección estética no podría ser agotada por el discurso. Al poner el referente como real simulado se evita que la descripción se vuelva fantasiosa, lo cual resulta necesario para la “objetividad” del relato. La “representación pura y simple de lo ´real´ aparece como una resistencia al sentido”, en oposición a lo verosímil (opinable). Se puede notar una ruptura entre el verosímil antiguo y el realismo moderno, cobrando importancia el “detalle concreto”, como referente y significante. Se crea entonces una ilusión referencial. La categoría de lo “real” es lo que es significado, “la carencia misma de los significados en provecho solo del referente llega a ser el significado mismo del realismo”. Se trata de un efecto de realidad que construye un nuevo verosímil, “que procede de la intensión de alterar la naturaleza tripartita del signo para hacer de la notación el puro encuentro de un objeto y de su expresión”.
Auerbach, en su texto “La mansión De la Mole”, en el libro “Mimesis”, plantea que en esta novela Flaubert no expresa su opinión sobre hechos ni personajes y cuando estos hablan no se identifica con sus opiniones, ni tampoco tiene el propósito de que se identifique el lector.
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