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Foto del escritorJesica Sabrina Canto

RESEÑA DE LÁPIZ Y PAPEL / Análisis de la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad.



Joseph Conrad (1857-1924) fue un novelista polaco que escribió en inglés, siendo esta cuestión del lenguaje muy relevante en su obra ya que, dota las mismas de una distancia que se convirtió en constitutivo del modo de narrar del autor. Navega entre naciones y lenguas, una condición fronteriza que le permite desplegar un punto de vista móvil en sus relatos, no codificado por la pertenencia cultural y la identidad nacional, y un uso de la lengua preciso e intenso en su acentuación. Su obra explora la vulnerabilidad y la inestabilidad moral del ser humano, con una perspectiva independiente, al margen de estilos y escuelas.


Conrad expresa su pensamiento sobre la escritura en el prólogo de su obra “El negro de narcizo” (1897). Respecto a las temáticas y cuestiones reales que se presentan en sus novelas, plantea que “no hay rincón (del mundo) que no merezca al menos una mirada pasajera de admiración o piedad”. La finalidad de la escritura para él es “hacer comprender, sentir y ver, con lo que el lector encontrará ánimo, consuelo, terror, deleite, todo lo que puede complacerles, y un atisbo de la verdad que ustedes olvidaron reclamar”.


Su escritura sobre las peripecias a bordo de un barco tiene anclaje con sus experiencias de vida, habiendo viajado por los diferentes países desde muy joven y luego haberse enrolado como marinero, llegando a ser capitán. El autor traslada a sus textos la pasión por la aventura, los viajes, el mundo del mar y los barcos. Fueron sus experiencias las que modelaron su universo literario, geográfico y moral, en el que el individuo aparece confrontado en solitario a las fuerzas desatadas de una naturaleza hostil o amenazadora, junto con una fuerte carga de pesimismo respecto a la condición humana y en relación al papel de la civilización.

Su novela “El corazón de las tinieblas” (1899) narra de forma oblicua las atrocidades que se estaban cometiendo contra la población indígena en el Congo. Están presentes en ella, de forma intrincada, el horror y el viaje, lo que acontece en el umbral del siglo XIX y el XX.


El término de “tinieblas” tiene en la obra dos connotaciones, por un lado, las tinieblas negras del Congo en referencia a la población aborigen y, por otro, las tinieblas blancas del genocidio y esclavitud que los ingleses llevan a África con la excusa civilizatoria. Hay una puesta en crisis del imaginario imperialista, de la ideología civilizatoria eurocéntrica burguesa positivista y depredatoria del imperio blanco, el relato colonial se rearticula y redefine. Se produce un desplazamiento del punto de vista. Es en el proceso del viaje que se produce la crisis, provocada por el recorrido mismo, que lleva a cabo un cambio en el individuo, generando una deconstrucción del origen, del punto de partida y de los valores. Aparece en el regreso del viaje la redefinición del universo conocido, una nueva percepción-noción de lo propio. Las fronteras y límites apócales de lo humano se ensanchan, se problematizan los estereotipos identitarios y raciales. Los caníbales han sabido inhibirse (moderarse) y los blancos han dado rienda suelta a su afán de destrucción.


Joseph Conrad enfrenta a los personajes ante lo desconocido, al terror que produce lo otro, los expone a lo desconocido de sí mismos, los hace ver en lo otro algo de sí, ver en los negros algo de lo blanco. Presenta la idea de que la barbarie que se proyecta sobre el mundo negro está en el corazón de lo blanco. Lo que se ve, el genocidio imperial, se torna insoportable, eso desencadena el horror y la locura. El horror aparece signado por un deseo de ver, es lo que escapa a las palabras, lo que es intolerable. Hay una equivalencia imperial entre el espacio extraño (negro, África) y su condición siniestra, aura lúgubre que se extenderá mucho más allá a las costas del poder blanco imperial.


El personaje de Marlow, en esta novela, relata las tinieblas que están a la vista de todos, pero nadie mira, ya que allí aparecen los propios fantasmas. Es la condición de espera inicial la que hace posible el relato (el barco inmóvil), una posición liminar desde la que se narra, entre el centro europeo y la periferia africana, el mar como la posibilidad de anclar el relato fuera, en ambos dominios al mismo tiempo. El grupo que escucha el relato (contador, abogado, director, anónimo narrador), que condensan a la razón imperial (gestión de los números, la ley y el mando político), carecen de nombre propio y se definen por su función dentro de la estructura.


Marlow se presenta como un marino anómalo (“era un vagabundo”) y como un narrador atípico (privilegia el plano de la narración por sobre la fábula narrada). La historia establece un camino que va desde la calma al horror, de un modo largo y moroso. Se suceden diversos obstáculos que demoran el descubrimiento y generan suspenso continuo que hace desear el encuentro con eso temido. Hay una espera cargada de tensión que se acrecienta con la proliferación de pausas.


El texto trabaja con la tensión constante entre lo que se ve y lo que se escucha, que tiene su momento cúlmine en el encuentro con Kurtz hacia el final de la novela. Este personaje es una voz, la del imperio y la de su locura, el encuentro con él pone el debate en evidencia, el duelo por el relato, por las riendas de la narración. Representa también la condensación de los anhelos y miedos blancos. Kurtz se constituye en la voz de alarma, perdió su capacidad de seducción y solo puede expresar ante Marlow las consecuencias de su accionar, lo que vislumbra ante la muerte: el horror, resultante de la corrupción de codicia, violencia y temor.


En la edición de la novela de 1996, en una nota inicial, Sergio Pitol realiza las siguientes observaciones sobre la escritura de Joseph Conrad y sobre la obra en cuestión. Refiere a que las novelas de este autor son obras de aventuras que terminaron por convertirse en experiencias interiores, viajes al fondo de la noche, hazañas que ocurren en los pliegues más secretos del alma. Señala la capacidad de mostrar una mirada que desnuda a las empresas colonizadoras del Imperio y el trabajo en la escritura con varias capas de significación. “Lenguaje construido por una retórica soberbia, agitada, cuando al autor le parece conveniente, por ráfagas de ironía corrosiva”, dice.


Señala el carácter conjetural de estas obras, que pueden ser descifradas de diferentes maneras, pero que todas son desoladoras. Esto unido al carácter trágico del destino humano, donde toda victoria moral significa a la vez una derrota material. El héroe “triunfa sobre sus adversarios haciéndose añicos o permitiendo que algún ser despreciable lo haga añicos. Su recompensa, su victoria, consiste en haberse mantenido fiel a sí mismo y a unos cuantos principios que para él encarnan la verdad”. El protagonista de las obras de Conrad no se deja tentar por la mentira ni la vulgaridad, blanco fácil de los humanos de bajos valores.


Sergio Pitol observa tres características centrales en la obra de este autor: La primera, es que no se limitan a un único sentido ni tienden a una conclusión definitiva, sino que son simbólicas ganando así complejidad, poder, profundidad y belleza. La segunda, es la preocupación por el valor ideal de las cosas, acontecimientos y personas, con especial hincapié en la fidelidad a uno mismo. La tercera, se basa en que el crimen es condición necesaria a una sociedad organizada, donde su organización solo puede ser obra del individuo, concibiendo a la Nación como conjunto de personas y no como masas.


El modo en que Conrad presenta sus novelas es narrando historias de acción, colmadas de aventuras situadas en escenarios exóticos, a veces salvajes, de forma no lineal (alternando la cronología), con movimientos de zigzag, ambigüedad, y un orden temporal destrozado. Sus textos presentan discreciones continuas mediante reflexiones de los personajes que enriquecen el ritmo dramático, potenciando su intensidad y aumentando la capacidad de su gestión. Se trata, según Pitol, de una historia misteriosa de conjeturas, “un enigma que puede interpretarse de distintos modos”.


El personaje de Marlow, presente en varias de las novelas, aparece como un álter ego del autor. Es el narrador de la historia, un hombre de mar, caballero, una persona con ideas propias y curiosidad humana reñida con cualquier manifestación de moral cerrada, que posee un concepto personal de tolerancia. Actúa como un refractor de la realidad, un testigo que refiere las circunstancias precisas por haber estado ahí.

Observa Pitol que hay en estas obras una pugna entre la vida verdadera y los simulacros de vida. Señala que en “El corazón de las tinieblas” ello está representado, por una parte, por el hombre (la frágil consistencia moral del hombre) y por otra, por la todopoderosa, invulnerable, majestuosa naturaleza (mundo primigenio, lo aún no domado, lo amorfo, lo bárbaro y oscuro con sus tentaciones y asechanzas). Se pone de manifiesto en esta novela la fascinación de lo abominable.


Al inicio de la novela, se narra el relato de una historia antigua de un joven romano, que sintetiza lo que luego se mostrará en la historia principal, que prefigura el destino de Kurtz: un poder imperial que no cesa de anexarse nuevos territorios, hasta entonces inaccesibles. Se muestra la fuerza bruta de los conquistadores y a un joven sensitivo aterrorizado, viviendo en su interior una lucha para al fin ceder ante lo abominable. La novela muestra la desacralización de las hazañas imperiales de conquista, y la perspectiva cuestionable de los aborígenes como enemigos.


La obra está basada en la degradación humana de la cual el autor es testigo en el Congo (prácticas brutales coloniales e insano influjo de la selva). El personaje de Kurtz llena el libro con su leyenda y al final, con su breve aparición y muerte; es una figura fragmentada discordante (algunos lo admiran y otros lo aborrecen) y un espíritu atormentado. “La Oscuridad se vengará de cualquier transgresión cometida en sus dominios”, dice Pitol.


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