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RESEÑAS DE LÁPIZ Y PAPEL – Análisis de “País de mi calavera" de Antje Krog



“País de mi calavera: la culpa, el dolor y los límites del perdón en la nueva Sudáfrica”, de Antje Krog, es una obra literaria de no ficción. Se trata de una crónica sobre el proceso de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación en Sudáfrica, hecho que demoró un largo periodo de tiempo y del cual la autora fue cronista para un diario publicando artículos, que sirvieron para la posterior elaboración de este libro. Esta obra incluye algunos pasajes ficcionalizados y lleva, en ocasiones, la prosa hacia un lenguaje poético.


El libro presenta un registro plural (víctimas, victimarios, testigo autora / intelectual), a la confesión como un discurso en clave de tecnología de la verdad, que incluye el pecado y la admisión de la culpa, el valor decorativo, y un modo de retorno a la comunidad. Se trata también de una narrativa del trauma y un contra relato. Es un texto híbrido que incluye registro de reportaje periodístico, memoria personal, poesía, ficción, testimonios directos, una dimensión dialogal casi teatral, y pasajes de prosa lírica.


Se hace un señalamiento de la multiplicidad de lenguas presentes en el país, y expresa disquisiciones reiteradas sobre qué incluir y qué no. Se incorporan, mezclándose, diferentes registros y lenguajes: textos periodísticos de diarios, escritos de noticiarios, apuntes de diarios personales, citas de obras literarias, como materiales que construyen la obra por entrar en relación con la profesión periodística de la autora. Se realiza un análisis de los límites y poderes del periodista, que busca demostrar que hay muchas cosas que no se incluyen.


La autora presenta su consideración de que la palabra “reconciliación” no es la correcta, porque no hay una unidad nacional que traer de vuelta, sino que plantea, con cierta duda, que lo que se llevó a cabo fue un trabajo de conciliación. Remarca la cuestión de la culpa de haber sobrevivido de las víctimas, la búsqueda de espacios de la lengua africana y el sufrimiento en el cuerpo de víctimas, victimarios y periodistas por la realización de este proceso.


Uno de los recuerdos de la infancia de la autora que se intercala, muestra el contexto en que ella se crio. Pone en juego allí el contraste entre la sensación de sentirse a salvo en la casa y la invasión del terreno, la idea de recuperar el pasado y de forjar una manera de unificar el pasado propio con el de los otros que hubieran sufrido.


La autora hace la observación de ¿dónde comienzan las cosas?, plantando que el trabajo de la Comisión comienza con el llanto de la madre de un activista asesinado. Además, también plasma la preocupación por la cuestión de las palabras ¿cuáles serían las aptas? ¿existen palabras aptas para esto? Expresa en el texto que es tal el impacto que tuvo en ella el presenciar documentando todo el proceso, que duda de si podrá volver a escribir poesía luego. Abre un espacio para sí misma como escritora y observadora, considera que ese trabajo es un ofrecerse como traductora, en el sentido de una posible persona que puede dejar algo en el registro, que transmite palabras.


El texto plasma la búsqueda de experimentar como es el vocabulario de la igualdad, como funciona y si es posible. Con esa idea uno de los capítulos se destina al testimonio de dos mujeres víctimas, una negra y otra no.


La autora comenta que los testimonios de los victimarios están focalizados en la responsabilidad, la culpabilidad y la culposidad. Sin embargo, ella llegó a la inferencia de que “la eficacia de un torturador depende de su grado de conocimiento de la psicología humana”, siendo que en algunas de las reuniones que se efectuaron, el torturador continuó oprimiendo a su víctima mediante lo que expresaba verbalmente.


Plantea que los testimonios son relatos que son inevitablemente sesgados, siendo que la verdad emerge de la pluralidad de voces con la presencia de público escuchando. Hace énfasis en la cuestión de las memorias (plurales). La historia y la memoria se cruzan entre sí. La narración puede funcionar de manera terapéutica y curativa, que no se limita a ser validada en un criterio de verdad corroborable. Señala la tensión existente entre historias (relatos testimoniales) e Historia, refiriendo en especial al funcionamiento de la Comisión bajo la lógica confesional y a lo traumático de los testimonios y experiencias.


El libro presenta un enfrentamiento con el trauma personal y un trauma secundario vinculado con la memoria de los eventos, con los traumas asociados a la escucha. Se ve la circulación discursiva, el que ese discurso necesita un lugar, y la somatización de los cuerpos. El libro refiere a que se produce una convergencia sensible entre quienes confieren los discursos y quienes los escuchan. Aparece una inseguridad en tanto espacio habitado, sacados de sus casas, que reproduce la sensación del trauma histórico que vivieron las víctimas.


Antje Krog refiere a que la búsqueda de la verdad llevada a cabo en el proceso de la Comisión, presenta el problema de que no hay defensa cerrada de un concepto de verdad vinculada a los verificable, sino que solo existe la construcción de una verdad parcial, efecto de un dispositivo de dialogo. Así como también plantea la pluralidad de culpas, en tanto que no hay una sola noción de culpa, surge como aquel responsable de una acción penal, comunitaria y metafísica plasmada en el texto en diferentes figuras.


El libro plasma el recorrido que se produce entre la intimidad de los relatos y la necesidad de transformarlos en un insumo de consumo masivo, en un dispositivo de amplificación.


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